La escritura no es la proyección del hombre, sino el trazado de su devoción por el vacío, el movimiento de la inscripción de su negatividad. Edmond Jabès.

Saudade

Saudade
Heteronimia.

lunes, 13 de marzo de 2017

Sobre la tiranía, Joseph Brodsky


Tal vez la enfermedad y la muerte sean las únicas cosas que un tirano tiene en común con sus súbditos. Sólo en ese sentido, una nación se beneficia al ser gobernada por un anciano. No es que la conciencia de nuestra mortalidad nos ilustre o nos modere, pero el tiempo que un tirano pasa pensando, pongamos por caso, en su metabolismo es tiempo robado a los asuntos de Estado. La calma interior e internacional es directamente proporcional al número de enfermedades que afecten a nuestro Primer Secretario del Partido o Presidente vitalicio. Aun cuando sea lo suficientemente perspicaz para aprender el arte suplementario de la crueldad inherente a toda enfermedad, suele vacilar bastante a la hora de aplicar ese saber adquirido a las intrigas de su palacio o a las políticas exteriores, aunque sólo sea porque instintivamente trate de restablecer su anterior estado de salud  o simplemente esta convencido de su plena recuperación. 

Un tirano siempre usa el tiempo que se debe dedicar a pensar en el alma para tramar planes encaminados a preservar el statu quo. Se debe a que un hombre en su posición no distingue entre el presente, la Historia y la eternidad, fundidos en una unidad por la propaganda del Estado para su conveniencia y la de la población. Se aferra al poder, como cualquier persona anciana a su pensión o a sus ahorros. La nación ve lo que a veces parece una purga en las esferas dirigentes como un intento de mantener la estabilidad por la que ésta optó en primer lugar, al permitir el establecimiento de la tiranía. 

La estabilidad de la pirámide raras veces depende de su pináculo y, sin embargo, éste es precisamente lo que atrae nuestra atención. Al cabo de un tiempo, los ojos del espectador se aburren con su intolerable perfección geométrica y ya sólo piden cambios. Sin embargo, cuando se producen éstos, siempre son para peor. Como mínimo, un anciano que lucha para evitar la desgracia y la incomodidad, particularmente desagradables a su edad, es bastante previsible. Por sanguinario y malvado que parezca en dicha lucha, no afecta a la estructura interna de la pirámide o a su sombra exterior y los objetos de su lucha, los rivales, se merecen enteramente su tras atroz, aunque sólo sea por tautología de su ambición en vista de la diferencia de edad. Es que la política no es sino pureza geométrica que enmarca la ley de la jungla.

Allí arriba, en la cabeza del alfiler, sólo hay sitio para uno y más vale que sea viejo, pues los viejos nunca aparentan ser ángeles. El único propósito del tirano de edad es conservar su posición, por lo que su demagogia y su hipocresía no imponen a las mentes de sus súbditos la necesidad de creencia o la proliferación textual, mientras que el joven advenedizo, con su celo o dedicación, verdaderos o falsos, siempre acaba aumentando el nivel de cinismo público. Mirando atrás en la historia humana, podemos decir sin miedo a equivocarnos que el cinismo es el mejor criterio para apreciar el progreso social.  

Es que los nuevos tiranos siempre introducen una nueva combinación de hipocresía y crueldad. Piénsese en Lenin, Hitler, Stalin, Mao, Castro, Gadafi, Jomeini, Amin y demás. Siempre superan a sus predecesores en más de un aspecto y retuercen un poco más el brazo del ciudadano, además dela mente del espectador. Para un antropólogo, esa clase de desarrollo demuestra un gran interés, pues amplía nuestro concepto de la especie. Sin embargo, conviene observar que la responsabilidad de los procesos antes citados corresponde tanto a los avances tecnológicos y al crecimiento general de las poblaciones como a la maldad particular de un dictador determinado. 

En la actualidad, cada nuevo sistema sociopolítico, ya sea una democracia o un régimen autoritario, es un alejamiento más del espíritu del individualismo en dirección de la estampida de las masas. La idea de nuestra excepcionalidad existencial queda substituida por la de nuestro anonimato. Una persona no perece tanto por la espalda cuanto por el pene y, por pequeño que sea un país, necesita la planificación central o queda sometido a ella. Esta situación engendra fácilmente diversas formas de autocracia, en las que podemos considerar a los propios tiranos formas anticuadas de computadoras. 

Pero, si sólo fueran las versiones anticuadas de computadoras, no seria tan grave. El problema es que un tirano puede comprar nuevas computadoras de última generación y aspira a manejarlas. Ejemplos de formas anticuadas de aparatos manejadas por formas avanzadas son las del Führer, al recurrir al altavoz, o la de Stalin, al usar el sistema de vigilancia telefónica para eliminar a sus oponentes del Politburó. 

Los hombres no se vuelven tiranos porque tengan vocación para ello ni tampoco por pura casualidad. Si un hombre tiene semejante vocación, suele tomar un atajo y convertirse en un tirano de la familia: en cambio, es sabido que los tiranos reales son tímidos y, como miembros de una familia, no son interesantes precisamente. El vehículo de una tiranía es un partido político (o las filas militares, tienen una estructura similar a la del partido), pues, para llegar a la cima de algo, se debe disponer de un medio con una tipografía vertical. 

Ahora bien, a diferencia de una montaña o, mejor aún, de un rascacielos, un partido es esencialmente una realidad ficticia inventada por los desempleados mentales o de otra índole. Llegan al mundo y encuentran su realidad física, rascacielos y montañas, totalmente ocupados. Así, pues, su disyuntiva estriba en esperar que haya una abertura en el antiguo sistema o crear una opción substitutiva propia. Esta última opción les parece la forma más conveniente de actuar, aunque sólo sea porque pueden comenzar inmediatamente. La de crear un partido es una ocupación en sí misma y, además, absorbente. Desde luego, no da resultados inmediatos, pero es que el trabajo no es tan duro y la incoherencia de esa aspiración entraña mucho consuelo mental.   

Para ocultar sus orígenes puramente demográficos, un partido suele crear su propia ideología y mitología. En general, siempre se crea una nueva realidad a imagen de otra antigua, remedando las estructuras existentes. Semejante técnica, si en oculta la falta de imaginación, añade cierta apariencia de autenticidad a la empresa entera. Ésa es la razón -dicho sea de paso- por la que muchas de esas personas adoran el arte realista. En general, la falta de imaginación es más auténtica que su presencia. La monótona estolidez de un programa de partido y la apariencia gris y mediocre de sus dirigentes gustan a las masas como su reflejo que son. En la era de la superpoblación, el mal (como también el bien) se vuelve tan mediocre como sus sujetos. Para llegar a ser un tirano, lo mejor es la estolidez.  

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